Reseña

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ALBERTO CASAL (Escritor, periodista)

Joaquín en diez líneas

«Una línea para ir directo, un buen sitio para estar sentado», decían los Futura. Eran los ochenta, década que se quedó en la mitad: básicamente dio en cuarenta principales. Pues eso (que lo sepas) Lera lleva siendo principal (ya sabes, para todos y para nadie) solo (bien y/o mal acompañado) cuarenta años. Toda una guerra, ésta pacífica, mayormente. O sea, 1977-2017 pariendo y malcriando (a la vista, digo al oído, están los resultados) setecientas y una canciones (y me llevo tres). Para ellas, sus canciones (que viven ya a pesar de él) se me ocurren estas líneas. Son diez Como mal-manda- mientos para un tipo de los de ley que (ojo) también sabe (suele) estar fuera de ella. Precaución logo: sobre estas líneas circulan muchas de sus canciones. -la maltrecha e insondable línea de la vida-la inabarcable línea del horizonte, con el Mar al fondo -la línea del Metro (y medio Madrid dentro: pon que de Madrid no sólo hablan Flores/Sabina… allí queda sitio para alguien como Lera) -la línea discontinua del on the road tan suyo de cada día (una liana en la jungla de bolos): «Y escribí esta canción que dice -más o menos- de esta manera» -la línea de la concepción infinita. Un hijo sin hijos (de familia bien numerosa) en parto múltiple. Un cotidiano prodigio de panes y de peces se multiplican en su tabla de canciones (tras la canción única, la del pirata) -la línea del teléfono (¿de la esperanza?) colapsada de puntos de sutura gracias a managers y otros puntos suspensivos -la línea de pescar melodías (o xoubiñas) -la línea más curva/curda que puedas imaginar entre dos puntos filipinos -la línea de crédito más artístico, la de su voz tan propia. Nadie como él para cantar como sólo canta él -La mejor (o peor) línea de su tiralíneas de versos diversos. La del que usa el tirachinas aquel de todas las infancias, como única arma cargada de poesía (no sé si de presente o de futuro…) en defensa propia Pues eso: es Joaquín en su línea. Y ahora, antológico. Aun restando, o coleccionando olvidos, suma y sigue, Lera. Su leira galimadrileña de cantante invisible se convierte a veces (¡horror!) en una mala leria de palabras perdidas. Pero, en fin, a Joaquín ¡que le quiten lo cantado! En este libro, canta Lera todas sus líneas. Enhorabuena por tan longevo bingo de canciones Y las que vengan…

Alguien que encanta por ahí

Este Cortazariano cronopio nació en Madrid pero tuvo la suerte (o sea, la desgracia) de irse a los tres días a vivir su numerosa infancia (casi siempre recuperada) en Corcubión. Digo lo de desgracia porque con los años retornó al Foro de los churreros y los milagros.

Allí vive soñando con la mínima excusa para cruzar de vuelta el Telón de Grelos. En su exilio interior se habla gallego. Pienso en él y vienen retazos a mi maldita cabeza

 (nada borradora) del Piano Solo que Michel Schneider escribiera sobre Glenn Gould. Y es que el genial pianista canadiense se me antoja alma gemela si pongamos que hablo de Joaquín:

En ambos la música es «un deseo de abrazar, de escuchar la Tierra. Es otro estado del silencio, como la luz, una lección de tinieblas». Y sigo, bueno, sigue Schneider: «Dedicaba una emocionante atención a no ser amado, había en él argucia y animalidad: a la vez oso y domador de osos».

Bueno, en el caso de Lera uno ve más «el gesto cansado de un león herido». León que se sabe Rey que pudo reinar y no supo. No quiso un león «dibu» nada divo, Leoncio ani- mado –siempre a su aire– junto a su Tristán de cabecera con la venia de los otros dos perros azules –Samba y un tal Lucas– de este perro verde aferrado a su garganta y su guitarra.

Tuvo Joaquín el don de la voz y el de un corazón de cristal duro y transparente. Pero no el exitoso don de la oportunista oportunidad. Por eso y por ejemplo, no salió una línea suya en un reciente suplemento Dominical de gran tirada, monográficamente consagrado a mayor pena o gloria de cuanto «cantautor de las narices» de ayer, hoy y siempre criara el Ruedo Ibérico. O tampoco tiene voz ni voto en los últimos rendidos –y rentables– discos de tributo a colegas suyos como Enrique Urquijo o Aute. Sin embargo, el pasado verano fue Joaquín pura ventolera. Fue ubicua y conspicua estrella invitada en los bolos gallegos de Ketama, Manolo Tena o el propio Sabina, quien confesaba ante la Quintana llena al invitarle para cerrar y que les dieran juntos las diez que: «éste es el tipo que me ha enseñado a escribir canciones».

Pues eso, por algo Joaquín Lera ejerce de woodyalleniano Zelig de la canción de autor en nuestro país. En su voz, que es su vida, todos los ecos: de Serrat a Aute, pasando por la Mandrágora. Décadas componiendo por y para otros. Desde grupos tan «jevis» como Mocedades a Manolo Tena (productor de su último álbum Polos Opuestos en Fonomusic) pasando así de Madrid a Granada con super Joaquín Sabina.  Las Malas Compañías discográficas se entiende han hecho el resto. Pero ¡qué importa! él sigue en sus trece, impar y pasa cantando/contando historias como la de Martín White (Dinero Mentiras y Realismo sucio) se mete en vivo nuestro aplauso en su bolsillo. Su impecable sonrisa de gato de Cheshire aparece y desaparece de vez en cuando en los escenarios gallegos. Entra por la puerta de árás y sale del trance del directo por la grande en Vigo, ronda por la calle del Calá (TQM) o en Santiago con el Apóstol Sabina, en Noia reinando en la Banana republic de Manolo Va bene y en Coruña, special guest antistar en los grandes eventos del veraniego Riazor de las multitudes.

«A mi padre le gustaban los boleros, a mí me gustaba mi padre» escribe Lera en Un puñadito de cosas, perla incluida en su anterior Síntesis, del 98. En la vida musical –sin tesis– de Joaquín uno sintoniza boleros, claro, y Atahualpa Yupanqui y los Kinks o los Beatles, y el vuelo nocturno de Donald Fagen (ex Steely Dan), y a su amigo Rubén Blades y a Van Morrison y a JJ Cale o al llorado Paul Young (Every time you go away). A Lera le puedes encontrar silbando sentado en el muelle de San Blas de Maná o punteando su guitarra en Portosín, como si estuviera en la playa de Chris Rea. En fin, Joaquín Lera grabó su primera maqueta en el 77 (Madrid me mata, Johnny controla) cuando explotaba el punk y Phil Spector producía para el olvido a Leonard Cohen. Y la penúltima, seguro que ayer mismo en su casa, Joaquín. ¡Qué mejor can-ante si hubiera gran productor! Mientras triunfan cuerdas replicantes como las de Ismael Serrano y apenas se disfrutan talentos como el de Jorge Drexler, Lera hace mutis por el Foro. Ya lo supo Cunqueiro cuando años ha nos contara la historia de un hombre que se pareía a Orestes: a Joaquín Lera sólo se parece Joaquín Lera. Busca el Lera original y déjate de leiras o de lerias.

MIGUEL ÁNGEL DE RUS (Escritor y Editor)

Joaquín Lera, el canto a la luna

Joaquín Lera ha nacido fuera de su época; hubiera dado el tipo de bohemio decimonónico, de sombrero, paletó afrancesado y barba regia, de aquellos que cantaban a la luna y vivían en cafés de mesas de mármol y olor a tabaco, esos que al ver entrar a una mundana en el local pedían recado de escribir al muchacho de turno y con pluma, tinta y papel, le escribían un soneto al lunar de la comisura de sus labios con el que la mundana quedaba desarmada y preparada para la conquista. Hubiera sido gustoso soldado de tropa de las huestes de Max Estrella en sus recorridos nocturnos por el Madrid de farolas fernandinas y calles adoquinadas y sabríamos de sus hazañas como sabemos ahora de Alejandro Sawa, de Armando Buscarini, o de personajes de ficción como el canalla valleinclanesco don Latino de Hispalis, o la asesina enamorada de Nieva, Catalina del demonio.

Valga todo ello para decir que Joaquín Lera nació –fuera de época– destinado a escribir poesía en el libro de la vida (con perdón) y que en tiempos tan poco dados a lo romántico y estético, se ha convertido en creador de canciones y poemas que plasma en papel, en discos o donde se dejen, que la industria del ocio (antes cultura) no anda para exigencias. Y así anda, de bar en bar, desde el «Song Parnass» de Lavapiés, hasta el Libertad 8, Elígeme, Kingston o el Galileo Galilei, cantando sus canciones para quien quiera escuchar- las.

Hubiera sido buen personaje romántico porque es dado a los excesos; personaje propicio para Víctor Hugo, pero la época le ha convertido en compañero de fatigas de los Sabina, Alberto Pérez, Rafael Amor, Juan Antonio Muriel o Manolo Tena. Ha compuesto con Alberto Cortez y para Flavio Oliver, entre otros muchos. Ha musicado poemas de Antonio Machado, Miguel Hernández, Alfredo Buxán, Félix Grande, Blanca Andreu y Pepe Hierro.

Sus canciones son poemas populares que podrían pasar de boca en boca y convertirse algún día en parte del acervo popular. Lera le canta a la luna y vive su destino del S XXI, en el que los violines y las guitarras se han convertido en sintetizadores, las farolas fernandinas en torres inclinadas sobre la Castellana, que antes era campo, hasta que vino alguien a fastidiarla, y las mundanas en chicas normales que salen por la noche a buscar una aventura que hubiera hecho sonrojar a la propia Madame Bovary, que en paz descanse.

Lera canta a la luna y se despereza en las noches madrileñas, ¿qué otra cosa podría hacer un gato como dios manda?

LUZ PICHEL (Poeta)

Trabajé con Joaquín Lera a lo largo de varios meses en un ir y venir de canciones y poemas. Estuve en su casa, conocí su taller de sueños, su rincón de la calma, la encina, el pino, el espliego; sus perros, antes de la muerte de Samba; la sierra, al fondo; Madrid, lo suficientemente lejos como para alcanzarla en un capricho. Todo lo que es efímero se va: un perro, una ciudad, una herida allá dentro, una madre. También la palabra es efímera y nos deja, y no puedo decir hoy lo que dije ayer sin inventarme. Pero Joaquín fue la sorpresa de un río que se desborda en los secanos. Después, la excursión en bicicleta por su orilla; y después, la carrera monte a través y contra todo; el entusiasmo, siempre. Desbrozadora en mano, sigue abriéndose paso este hombre entre los zarzales y no parará hasta devolverle al aire la música de las viejas hélices de los molinos que mueren lentamente en los regatos de mi tierra.

PACHO RODRÍGUEZ (Periodista)

Joaquín Lera tenía sólo tres días de vida cuando hizo su primer Madrid-Galicia. Todo un síntoma. Nació en la capital para ser gallego, hizo el COU en Santiago y un buen día, al mediodía, de dos a cuatro de la tarde, montó su escenario callejero en Preciados, que entonces ofrecía toda su épica canalla. Así pasaron tres años. La historia hasta hoy se resu- me en kilómetros de canciones, hechas para él y para todo el mundo, que harían varios viajes de ida y vuelta entre Madrid y el destino saludable, infalible e ineludible de la familia Lera: Corcubión. Un clan numeroso que le sirvió para saber moverse siempre entre las multitudes.

Pero Joaquín tenía otro destino: ser músico. Y algo ha hecho: un tema con Sabina (De Madrid a Granada)  otro con Alberto Cortez, varios con Manolo Tena, con Juan Antonio Muriel o Pablo Bicho. O temas para Mocedades, Enrique Urquijo cantó su Alma. Compartió cartel con Compay Segundo, o Rubén Blades en el Midem Latino o escenario en Riazor con Ketama o Tena al lado de Joe Cocker. Un disco, Lixeiro de equipaxe, con doce temas, llamado (que llame alguien ya) a cubrir el escandaloso vacío de la música actual cantada en lengua galega. En fin, que algo ha hecho Joaquín Lera, que ahora vive a una media hora de Madrid, sigue en pie de guerra musical. Sobrevivió a las noches de la Bohemia, en Lavapiés, en donde junto a tipos como un tal Sabina, un tal Pérez (Alberto) o un tal Pulgarcito se gestaba una etapa en la que la noche se gestaba a pelo con guitarra y voz. Joaquín era un hermano pequeño que se pagaba sus clases de canto y su sueño de músico con lo que sacaba en la calle: «Mi primera guitarra la tomé prestada en unos grandes almacenes. Me puse frente a la tienda y a tocar».

Con la Primavera del 2004 encima, Joaquín Lera se planta en Preciados con su guitarra. Se trata de una sesión fotográfica pero los recuerdos vuelven en forma de acordes. «Una señora me daba todos los días 400 pesetas de las de entonces», matiza. «Un día se paró un autobús de turistas argentinos y, entre todos, me dieron ¡38.000 pelas!» exclama. «Tocar en Preciados fue para mí más que una escuela. Me valió para aprender a tocar y a vivir. Fue una época muy bonita aunque el invierno era jodido», reflexiona.

A Joaquín Lera, por una cuestión generacional, le tocó vivir y tocar en un tiempo intermedio en el que parecían contraponerse conceptos como los que representaban La Mandrágora o el Rockola «pero yo también canté en Rockola» advierte, aunque nadie dude de su carácter de artista todoterreno. Y, como así es, Lera resiste en estos tiempos en los que la música se mueve en un contexto de baja resolución y todo vale, vale music: «Yo tengo mi utopía: los músicos deberían tener un sueldo». Pero si la utopía fuera posible sería Corcubión. Y sería algo aí como una familia numerosa, los Lera, en la que el arte se regala. Como en una de aquellas veladas en las que los pequeños organizaban representaciones teatrales. ¡Con todos ustedes: Historias de cronopios y de famas con Joaquín Lera! Pasó una vez.

SEBASTIÁN MÓNDEJAR (Poeta)

Dice el conocido dicho popular que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Yo tuve la doble fortuna de conocer a Joaquín Lera en Madrid, en febrero de 1980, en plena transición y en plena gestación no sólo de una, sino de mil «movidas» diferentes. Qué voy a deciros que no sepáis. Joaquín era el mejor amigo que uno podía encontrarse haciendo la mili en aquella época, y nuestra amistad fue total desde el principio, como si nos conociéramos de siempre; pero fuera de ella, en las calles, en la vida del Madrid de entonces,  para mí fue también el mejor anfitrión. En nuestras escapadas lo acompañé muchas veces a recoger la guitarra de su casa para luego dirigirnos a la calle Preciados. Allí rompía a cantar con sus enormes «tablas» y su poderosa gracia de juglar, con su hermosa voz, tierna y profunda, melodiosa y potente, y cautivaba a cientos de personas con cientos de canciones que ya entonces él llevaba impresas en su ADN. Joaquín es un magnífico poeta, un músico excelente y un cantor innato. A veces, en una o dos horas, recaudaba un verdadero dineral, que luego él se encargaba de despachar en otras dos horas, compartiéndolo absolutamente todo con todos sus amigos. Después de tantos raudos años, después de tantos proyectos, viajes y experiencias compartidas, esa alegría, esa generosidad, esa virtud congénita para cantarle a la vida, siguen siendo los signos indiscutibles por los que se distingue su autenticidad y su lealtad como amigo, como persona y como artista.

PABLO COMESAÑA AMADO (Periodista)

Siempre me quedará grabado en la memoria la maravillosa introducción que te brindó Joaquín Sabina, en la mítica Plaza de la Quintana, en Santiago de Compostela, durante uno de sus conciertos: «Este es el hombre que me enseñó a escribir canciones».

Y subiste al escenario, y nos dieron las diez, y las once… y dejaste fluir ese chorro de voz y esos sentimientos que te hacen ser como eres: poeta, artista, músico, letrista…

También te invitó Antonio Carmona en plena Playa de Riazor, en La Coruña, y Manolo Tena, y Rubén Blades, y Gurruchaga, y tantos otros…

Tu lírica, como inconfundible one-man-show, muchas noches se convirtió en épica. Eres auténtico. Un verdadero animal… escénico. Una especie en extinción. Tus composiciones empapan y envuelven ya sea cerquita del mar o paseando en un cochecito azul del 57.

Con percebes o centollas… en Santiago, La Habana o Madrid… como Lera, o La Abuela… la verdad sea dicha: tu increíble facilidad para conmover no cabría en una enciclopedia. Muchas gracias por esta antología, Joaquín. Sos grande…

CARLOS ECHEGARAY (Autor compositor y cantante argentino de Mendoza)

Quiero contar brevemente cómo veo a Joaquín Lera, un tipo entrañable, músico, compositor, etc., etc., un talento con mayusculas, un amigo (maquina de hacer canciones preciosas). Tengo la suerte de conocerlo hace 18 años, siempre cariñoso, amigo de sus amigos.

Debo decir que hemos compartido noches maravillosas de guitarras, voces, complicidad, magia, risas y sensibilidad hacia muchas cosas que nos preocupan. Afinidad en emociones, que sin preparar nada lo hemos pasado en grande viendo al público con los ojos como platos, gracias a esa energía que desprende Joaquín, un poeta incansable, contador directo de vivencias.

Narrador de sentimientos, como dijo el gran Alberto Cortez de Joaquín Lera: vive para la música y la poesía, que no es sólo una profesión, es una manera de entender la vida.

Este humilde músico, cantante y compositor que escribe lo admira: se cae de maduro que deseo lo mejor de lo mejor a «Quin» y, por supuesto, que nos deleite muchísimos años más con su don, poniendo la carne de gallina a quien le escucha cada noche.

CHETE LERA (Actor)

Mi hermano Qin

Aquel cohete interplanetario que volvía de Venezuela sin la abuela. Aquella cigüeña que llevaba en su pico un pañuelito. ¿Te acuerdas? No soy yo, como tú bien sabes muy animoso a la hora de escribir sobre cualquier cosa. Me parece una desfachatez, o, cuando menos, una frivolidad habiendo como hay escritores tan extraordinarios. Pero tú me lo has pedido. Y yo me he comprometido. ¡Qué insensatez! ¡En fin!

Cuando no se está del todo seguro de nada, lo mejor es crearse deberes a manera de flotadores. Así que voy a bucear en mis recuerdos y algo saldrá. ¿Qué tenemos en común? unos PADRES, Corcubión, hermanos ¡diez!, aquella casa, nuestras peleas! Tu venganza tirándome las reglas, cartabones y compases por la ventana.

La abuela que sólo te quería a ti (no es verdad pobriña, pero a ti más). Tu escapada el mil quinientos, la casa de la calle Seco (Pepo David), tus canciones, la Plaza Mayor, la calle Preciados y alguna que otra estación de metro.

Tu alegría cuando recogías buenos dividendos. Tu éxito, que consideraba y considero indiscutible. Han pasado muchos años y sigues con la ilusión de aquel chaval que empezaba titubeante pero convencido de que no había otro camino para él. Lo has demostrado con creces. No te quepa duda. Yo admiro, sobre todo, tu empecinamiento, también tu voz (sensual, cariñosa, gallega) y tus composiciones y tu risa. ¡Joder! No sé cómo terminar este panegírico, así que lo voy a hacer con palabras de Cortázar. Ya sé que es un recurso pobre, pero yo no doy más:

«Instrucciones para cantar». Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared –olvídese–. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo. Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann. Yo creo que tú lo has conseguido. Bueno ¡quizá olvidaste romper algún espejo!

Cómo un guante

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LUIS EDUARDO AUTE

Sorprende, en estos tiempos de tanta oscura desesperanza, encontrarse con un buen puñado de canciones que invitan a prescindir con urgencia de este estado de profundo desánimo tanto personal como colectivo, abriendo ventanas a horizontes no tan difíciles de alcanzar, valorando las cosas esenciales de la vida y dando rienda suelta a la realidad de los sueños.

Joaquín Lera nos ofrece, en formato Cd y Dvd con imágenes ilustrando sus textos y con textos, un par de docenas de preciosas canciones invocando los pequeños placeres de la vida, que son tal vez los más importantes.

Es un canto al sentido de la vida y la naturaleza, tanto en las palabras como en las músicas.

Es un trabajo que desprende aire fresco en todos los sentidos.

Son canciones de amor en el sentido más amplio de la palabra.

Son canciones limpias, blancas, aparentemente sencillas, algunas más costumbristas, otras con alguna vis surrealista.

Los arreglos musicales se desarrollan en su mínima expresión, lo justo para crear el clima que emana de cada canción.

Están cantadas con una voz muy íntima, a veces susurrada, como si se las cantara a si mismo.

Esta hermosa invitación a levantar el vuelo sobre una jungla inhumana donde los mejores sentimientos están proscritos, es merecedora de agradecimiento.

Joaquín nos propone, es enta “La cuna del agua”, un viaje hacia lo mejor del alma humana, hacia esos valores que nos alejan de la condición de la Bestia.

Valga esta cita de tu canción “Te propongo bailar” como síntesis de esa declaración de amor profundo a la vida que anida y se mece en tu bellísima “La cuna del agua”:

“Te propongo bailar entre los delfines

La película más linda que se ha visto en el cine.

Te propongo arrojar la tristeza en el mar

Y que el sol te ilumine”.

Que la armonía del sol te ilumine, buen amigo. Gracias Joaquín, por este tan necesario y estimulante regalo-

Carmen Siguenza, EFE

Si Joaquín Lera hubiera nacido en Estados Unidos, compartiría biografía con Leonard Cohen o James Taylor, pero el poeta, cantante y compositor nació en Galicia y cambió Manhattan por la madrileña calle de Preciados. Ahora ve la luz su último proyecto, un libro, «Flores de papel», al que acompaña un vinilo.

Y es que Joaquín Lera (Corcubión, A Coruña, 1959) lleva más de treinta años componiendo, cantando y poniendo su voz a sus poemas y a los de otros grandes poetas. Una voz intensa, potente y lírica que ha recorrido todos los escenarios nacionales e internacionales, porque Lera, como él mismo reconoce, ha viajado más que el baúl de Concha Piquer.

«He salido a caminar, con el viento como amante. Sin un duro que gastar: Caminante», escribe.

Un juglar que ahora, y por ir siempre a contracorriente, publica «Flores de papel», publicado por LápizCero ediciones y acompañado por el disco de vinilo «Sinfonía de ranas» Puro Vinilo, realizado y producido por Fábrica de Sueños y grabado entre Buenos Aires y Madrid.

Pero no es que Lera tenga nostalgia del pasado, porque es uno de los artistas de este país cuya música se puede descargar en ‘iTunes’ y su obra está en todas las plataformas digitales. No se queja, se acopla a los tiempos.

Además, otra parte de su faceta creativa le ha llevado a realizar unos vídeos que se emiten en 23 televisiones de otros tantos países, entre ellas, Antena 3, La Sexta, Canal Autor, y que, bajo el título «El viajero invisible», recorren 18 ciudades del mundo, con sus imágenes y canciones.

En «Flores de papel», Joaquín Lera, de familia de artistas y creadores, como su hermano el actor Chete Lera, algunos de los textos son hijos de las canciones y otros son poemas, como «Aprendiz de soñador», «El gato lector», «Dentro de un violín» o «Lady Gran Vía», que es un homenaje a otro de los cantautores más simbólicos, el desaparecido Hilario Camacho, según explica el músico a Efe.

El libro contiene, además, una sorpresa, con el epígrafe: «Lo que dicen de Joaquín Lera». Un mapa cartográfico sobre la vida y obra de este polifacético artista realizada por otros escritores, como la poeta y filósofa Chantal Maillard, premio Nacional de Poesía; el poeta y ex director de la Biblioteca Nacional Luis Alberto de Cuenca, Ignacio de Valle, Alberto Casal o Sebastián Mondéjar, entre otros muchos.

Chantal Maillard escribe de Lera, que puso música y voz a su poemario «Hainuwele»: «Le presté mi voz, aunque la suya, la verdad, hubiese bastado para hacer las nubes y los vientos y que danzase Hainuwele hasta el final de los días. Amansar a las fieras debe de ser para él un juego de niños. He de decir que Joaquín tiene una voz preciosa, con cientos de registros diferentes…». EFE

MANOLO TENA (Autor, compositor y cantante)

Hace una rima insólita, y se ríe de la muerte con una cabriola, y se venga de la pena quemando las esquelas por el bien de todos. Joaquín intenta amanecer siempre con alegre alegría y se hace un zumo de esperanza, y si hace falta se canta el Mesias de Haendel, como el que lava sólo para demostrar que siempre y nunca podría ser una espléndida Navidad, que nada debería ser difícil excepto morirse.

Porque este tipo, creedme, es un corazón con brazos y piernas y sonrisa que canta y aunque a veces se pone melancólico, enseguida cualquiera que le conozca te recuerda que: está locamente, de remate, enamorado de la vida. Y se inventa un restaurant musical sólo por demostrarle a la tristeza que la sonrisa melancólica del recuerdo es feliz en las verdes praderas del futuro de la infancia que nos merecemos. Y toca y canta en la calle Preciados, y pasa la gorra, y con lo que saca se compra un sándwich y una cerveza sin alcohol y el resto se lo da al mendigo de la otra esquina.

Porque los productores son serios, y los hombres de negocios son serios, todo el mundo se lo toma en el mundo de la música tan en serio. Y Joaquín es musicalmente ortográficamente correcto; pero ser tan serio le parece un poquito triste y un poquito aburrido, así que si por casualidad la vida se pone uno de esos grises trajes grises, Joaquín va y le hace cosquillas con sus canciones. Y si se empeña en su pena oscura le canta una nanatecno hasta que las lágrimas se rindan. Y sólo quiere grabar un disco para que lo oiga su familia en una ventolera musical (que son el mundo ente- ro porque es amigo de todo el mundo) y como casi nunca nadie, con nobleza y desintereses materiales, es muy muy amigo de sus amigos. Y es también de sus amigas a las que les canta bajito al oído baladas de muchísimo amor.

Aunque su único y verdadero deseo es que sigamos todos contentos, a ser posible, todos muy felices y que nos demos cuenta que desesperarnos no nos va a ayudar en nada. Y va y le pone letra y música y nos lo canta una y otra vez sin desánimo como un mantra o un talismán hechos canciones que nos hacen olvidarnos otra vez de que existe, ha existido o existirá lo imposible.

Joaquín es un alma de nobleza impar, que canta como el gorrión con guitarra en la rama y que se pasa el día soñando con hacer canciones con Edison en y sobre las nubes, las montañas, los ríos, los mares, el polo norte y polo sur del Titanic del amor. Las golondrinas y/o los telegramas, y los amplios etcéteras. Así como a la manera de las greguerías; pero como si, tal vez, de un Gómez de la Serna que hubiese leído a Neruda y escuchado a los Rolling y a los Beatles, se tratase.

Joaquín es un desafector de entuertos también, un mediador en los conflictos parabélicos, un buen tipo que canta bien y cómo y dónde y cuando quieras. Para que tú te lo disfrutes y lo bailes, y que te lo da todo por el buen rollo, humanamente vaya. Porque Lera y su guitarra quieren que se acaben las guerras, y que como decía Ginsberg se metan la bomba atómica en el culo. Y le da igual musicalmente lo que las normas manden, porque hay que echarle magia e imaginación si queremos que el mundo sea mejor, y él sabe que hay una manera preferible a una pelea, musical o no, para resolver cualquier discusión.

Pero Joaquín, un día, tal vez te confiese que él también tiene sus tristezas y entonces se nos va a Corea a cantarle a los niños paupérrimos, o a Cuba para conseguir juntar dinero (y con él comprarle papel pautado a los niños cubanos que estudian música), porque es un tipo comprometido de veras con la verdad, y la vida y la justicia poética, y que llora cuando un mar se contamina, o si hay malas noticias en la tele o en la radio. Y se entristece musicalmente y compone una balada quejándose a Dios, al destino, y a todos los que hacen que a veces nos parezca que cualquier vida no es todo lo bella y maravillosa que es. Y que merece ser vivida con una sonrisa de ánimo como las canciones de Joaquín con esa delicadeza que nos conmueve y nos recuerda que vale la pena la sal y el azúcar de existir.

Y con todo esto Joaquín Lera ha hecho un disco enormemente redondo, impar e inimitable –posible e increíble al mismo tiempo– que sube y que baja, como Pedro por su casa, por las escaleras del do re mi fa sol, y que le hace burla a la desdicha –con y sin internet–, un disco clónico y trilce, y de vanguardia, sin embargo: un todo terreno de la cantautoría bien entendida, como mandan dioses y diablos. Un disco, en fin, señores. Un disco emocionado y que te da un abrazo emocionado. Un disco como la manzana de Adán pero en polidimensional. Y que nos hace saborear a placer ciertos paraísos musicales, y nos salva de estériles desiertos estéreos.

Y, cómo no, también un disco redondo con un agujero en medio supercalifragilisticoespirialidoso en espiral algebraicoromántica, que se estira y se encoje con magia ritual, con y sin chistera, y que suena y sueña como si fuese la filarmónica del- año-que-viene, un CD ultrasupermoderno y clásico a la vez con blues incluido y viceversa. Un disco, en fin, que injustamente hasta ahora permanecía en el desván de la memoria de las nobles almas excelentes, donde esperaba dormido a que alguien lo despertase, por méritos propios, como la buena música enamorada de la buena poesía.

CHANTAL MAILLARD (Poeta y filósofa)

Siempre pensé que Hainuwele era verde. Su paisaje, su respiración, su tempo, verdes. Hainuwele vive en el bosque, lo respira y lo siente hasta el punto de inventarse al Señor de los bosques y enamorarse de él. Así que cuando Joaquín Lera me llamó y me dijo que estaba interesado en ponerle música a Hainuwele, me pregunté cómo alguien podría ponerle música al color verde. Poco después, cuando, entusiasmado, me enviaba uno tras otro los poemas musicados, me di cuenta de que se podía no sólo poner música al color verde, sino también al bosque entero, a sus matices, los de los aguaceros, los crepúsculos y auroras, hallar el tono exacto de los escondrijos y de la piel de todos los animales que lo pueblan.

 

Joaquín es un niño con sonrisa pícara, un espíritu entusiasta que se entrega a lo que hace con todo su ser. Fue para mí una alegría responder a sus peticiones. Sentirle trabajar me reconfortó en épocas aciagas. Le presté mi voz, aunque la suya, la verdad, hubiese bastado para hacer las nubes y los vientos y que danzase Hainuwele hasta el final de los días. Amansar a las fieras ha de ser para él un juego de niños. He de decir que Joaquín tiene una voz preciosa, con cientos de registros diferentes. En su hogar, comprendí que una casa puede cambiar de lugar varias veces al día si uno se lo propone. Allí conocí a su inseparable perro Tristán, por quien tuvimos que detener varias veces la grabación y esperar, para reanudarla, a que los sueños terminasen de escaparse entre sus grandes belfos pardos.

 

Yo gané un amigo y Hainuwele, un cantor. Ambas le estamos agradecidas, pues nos ha dado cobijo, aliento y acogida. Creo que nunca por tan poco obtuve tanto.

LUIS ALBERTO DE CUENCA (Poeta) Palabras para Joaquín Lera

A veces pienso que si no existiesen individuos como Joaquín Lera, yo nunca habría escrito un solo verso. Mi poesía está pensada para personas como él, que la comparten hasta sus entresijos más profundos, pues Joaquín ha entendido que esa poesía que lleva mi firma no es, en realidad, mía, sino de la brisa que sopla en mi ciudad, que es quien me la trae de cuando en cuando, junto a olores antiguos más o menos prohibidos, películas en blanco y negro y deseos por realizar. Hasta tal punto lo ha comprendido, que la brisa ha hecho un pacto con su voz, para que sea Joaquín Lera quien me regale los poemas que ella ha compuesto y que yo, quién sabe por qué, tendré que firmar, procurando un autor a esas palabras grises y desoladas que lloran una ausencia, celebran un amor o denuncian una traición.

El concepto que valoro más en la poesía es la sinceridad (una «sinceridad» entre comillas que implica el concepto, también entrecomillado, de la «obligatoriedad» o «necesidad» del poema). Pero no me interesa la sinceridad si no va acompañada de la claridad. Pienso que es de la sabia conjunción entre sinceridad, claridad, técnica y sensibilidad de donde surge la emoción poética. Pues bien, el vozarrón de Joaquín es todas esas cosas juntas en estado puro, lo que convierte nuestra relación artística en una simbiosis tan perfecta como la de la actinia y el cangrejo ermitaño (y no descubro quién es quién). Tengo enmarcado el día en que el formidable Miguel Ángel de Rus me presentó en la Casa de Cantabria a Joaquín Lera. Fue una jornada memorable, porque sentó las bases de nuestra futura colaboración. En la voz de cantantes como él, mis poemas dejan atrás el ghetto y piden sitio a gritos en la calle.

La música que habita en el silencio - Giovanna Benedetti (Poeta, ensayista y narradora Premio Nacional de Literatura de Panamá)

Nada define mejor el mundo poético de Joaquín Lera que esos paisajes en los que consigue un asombro equilibrado. Espacios muy ondulados que se recortan en sombra, mientras su voz se enreda en sus redes y va levantando refugios. Y es difícil abstenerse de esa respiración melódica que anota todo su texto. Joaquín es músico —un músico muy literario— y en la cadencia de sus versos se esconden múltiples sonidos.

Un buen poemario funciona como un disparador de esquemas: propone figuras retóricas, invoca una variedad de símbolos, mientras le ofrece al lector una ruta para comparar sus extrañezas. Sin red en la red soporta en su interior este gran reto… y lo resuelve sin trampas; con elegancia, verso a verso.

Como si hubiese encontrado la vía para tamizar sus emociones, Joaquín Lera juega con sus monstruos y nos ubica en su tejido. Los ruidos, los silencios, las alegrías, los temores, el amor y sus espectros se balancean buscando apoyos; revolviendo los viejos mitos y perforando la última frontera de la red global que atraviesa la espina dorsal del siglo. Y allí, en el cruce de las vueltas que traen los nuevos escenarios, el libro se nos presenta como una invitación al laberinto.

Cauteloso y lleno de incógnitas, Joaquín Lera nos regala su mirada más concéntrica: Hoy toca regresar a la armonía —dice— contemplar como caen las hojas de los árboles. / Los placeres mundanos distorsionan los sentidos. Y continúa interrogándose acerca de cuestiones esenciales, en un claro encubrimiento de sus visiones más furtivas.

Tal vez, lo que el poeta hace aquí es detectar el embate de las palabras cotidianas frente a los nuevos símbolos; comparando sus gestos, sus insignias y sus fórmulas; quién sabe si para entrever un orden más abstracto y esencial. Hay miles de caminos nuevos / abiertos a otras posibilidades… explica el bardo, y en versos como estos da quizás la pista de sus últimos temores:

Tengo miedo
a no reconocerme.
Encenderé una antorcha
para seguir avanzando.
La oscuridad siempre da paso a la luz.
Sigue hurgando en tu interior y hallarás el camino.

La obra entera se caracteriza por la sustitución de las relaciones causales por las contingencias sin motivo; pero también por la ironía, la teatralidad y la amplificación humorística. Hay momentos esenciales, como este:

Llegó la hora de cuidarse.
Sin agredir a la mente,
sin acciones violentas,
sin discursos que despierten a la bestia.

Solo entonces encontraremos el camino que nos lleve al verdadero hogar.

Me lo ha dicho la lluvia.

Una buena cantidad de cosas parecen excepcionales en la estructura de este poemario. El cuestionamiento de la representatividad del mundo y el de los límites entre el mundo real y el virtual. La utilización de nuevas grafías (como la @, qué no es una letra sino un signo…), o la reducción de algunos poemas a su mínima expresión, cercana al aforismo, al Haiku y al epígrafe, le dan al libro una señal de identidad a la vez insólita y transformista.

Sin red en la red parece tener como tema la superación de todas las dificultades para seguir confiando en los sueños. Las frases, los instintos, los temores, las alegrías e ilusiones se nos van entrelazando en una danza de piruetas. Al mismo tiempo, el erotismo, entre gesto y verso, no es aquí subliminal sino elocuente, y hasta puede seguirse como hilo que guía los poemas.

Pedalear con las piernas del aire, atravesando montañas de nubes, contigo abrazada a mi pecho.

Aventurarse,
quitarle los grilletes a la mente; y volar.

Amar como única misión.

El poemario invita al diálogo, a confrontar alternativas, en una astuta sinfonía de ambigüedades y matices. Estos registros nos recuerdan aquello que persiste: la música y sus modulaciones, el modo melódico de ocupar el espacio literario, las expresiones, las reacciones que vuelven cuando el poeta decide finalmente reflejarse:

El niño que llevas dentro volverá a sonreír.
Y te verás a ti mismo en las hojas de los árboles, en la hierba, en el río…

 

 

Hay muchos peces de colores esperándote. Mantén la calma y vuélvete a querer.

Dile con los dedos al piano que quieres ser su amigo. Ya verás como empiezan a salir las melodías.

A primera vista, el título no puede ser más explícito: Sin red en la red invoca a ese continuo espacio-tiempo que, a raíz de las nuevas tecnologías, se ha tomado por asalto el mundo. Tengo el estómago lleno de mensajes, explica Lera, y ante tanto desamparo e inclinaciones individualistas, se evidencia una doble preocupación por parte del poeta. Por un lado, el afán de autoconocimiento, de responder al quiénes somos (Tenemos la extraña manía de sufrir / mientras la vida se escapa entre los dedos) y de otra parte, el impulso a realizarse, de encontrarse, por fin, consigo mismo; de lograr una apacible estimación tanto corpórea como mental.

Al final, de lo único que no podrá escabullirse este propiciador de ensueños y escarmientos, es de su propia naturaleza creativa. Y es que si hay algo dice en una estrofa memorable— de lo que no puedo prescindir / es de la música que habita en el silencio.

San Lorenzo de El Escorial, Madrid. 3 de junio de 2019

IGNACIO DEL VALLE (Escritor)

EL EQUILIBRISTA

 

Fluir. Ese es el mantra de Joaquín Lera. Después de morir muchas veces, Joaquín busca desembarazarse de las máscaras para poder ver su verdadero rostro. En sus poemas hay honestidad, una búsqueda de la verdad más allá de las apariencias, una experiencia mística que es consciente de que la vida, con toda su generosidad e ira, su nobleza y su resentimiento, hay que experimentarla toda. Como dice Goethe, fluido vital y al mismo tiempo objeto eterno, no hay nada inerte o insensible en el mundo, todo está despierto, y debemos estar atentos a esa comunión, porque la delicadeza es solo para los elegidos. Joaquín Lera contempla la realidad no como materia, sino como acontecimiento, encrucijada, encuentro, porque ni siquiera dios sabe hacia dónde se dirige el universo, se hace camino al andar, hay una perpetua creación, puedes ser viejecita, amigo, amante, monstruo, agua, camarero, llama, rizo de tu pelo… nirvana, abrazo, luz, cartón… Aleluya, exclama Leonard Cohen. Aleluya, responde Joaquín. Que quede entre nosotros. Que se entere todo el mundo. Cuando el Barquero le pida una moneda para cruzar al otro lado, Joaquín le responderá que los poetas vitalistas no pagan dinero, y que todavía no le apetece picar en las puertas del cielo. The show must go on, el milagro es caminar, el sístole y el diástole de cada día, la sincronización con lo íntimo de las cosas, el esfuerzo creador, una aventura radical y libre, el arte de la emoción. Somos máquinas de hacer dioses, gritaba Bergson, fluyamos repite Joaquín, cada uno de nosotros somos el escenario de un drama cósmico, y hay otra realidad más allá de este sufrimiento. No se trata de poseer una destreza dialéctica ni una aplicación técnica, se trata de amar, esa es la clave, lo que determina nuestro modo de estar en el mundo. Fluir, el flujo eterno de la poesía, esa sensación de asombro suscitada por este poeta, quien lea este libro leerá a un hombre, a todos los hombres. Porque la solución al enigma de la vida no es una frase o una ecuación, sino un beso, un abrazo. Ha llegado la hora de cuidar de nosotros mismos, de cuidar de los demás. Aleluya, grita Leonard Cohen. Aleluya responde Joaquín. Aleluya, díganlo ustedes. Aleluya. Aleluya. Aleluya. 

LA FRAGILIDAD DE LOS ESPEJOS

Joaquín y los espejos. Joaquín a través del espejo y lo que Joaquín encontró allí. A Joaquín le obsesionan los espejos, y como el Tentetieso de Alicia, cuando emplea una palabra significa lo que él quiere que signifique. Es un equilibrista con dedos de atril y guitarra, alma de bemol y corazón de corchea. Un buen tipo, un tipo elegante, y como decía mi madre, la elegancia es ser coherente, no hacer tonterías y tener respeto por lo que haces. Joaquín se mira en espejos en llamas, en espejos inhóspitos, en espejos desencantados, en el espejo de hombres que habitan vidas como quien habita un presidio y nos hablan de sus particulares caminos de Canossa, pero al final el último reflejo en el cristal es la esperanza, y la vida, esa inagotable fuente de decepciones, porque es una fuente inagotable de esperanza.

Decía Flaubert que siempre había intentado vivir en una torre de marfil aunque mareas de mierda no dejasen de golpear sus muros y amenazasen con tirarla.

Alguien quiso cortarme la luz

Pero yo estaba amaneciendo

Mirando los espejos en el rompeolas.

Joaquín mezcla en su poesía el aceite y el agua, rinde culto a una bella figura que se entrevera con algo que yo no me esperaba: el misterio. Debe ser porque hay siempre un componente onírico en todos los espejos, un utatane, que dicen los japoneses, una fase intermedia entre la vigilia y el sueño, entre el control y la alucinación.

Los espejos de Joaquín intensifican, sensibilizan, enriquecen, por sus diferentes niveles de percepción y comprensión del mundo en cada uno de sus versos, y porque nos habla de que de algún modo todos estamos perdidos, no sólo en las ciudades, sino también dentro de nosotros mismos, y en medio del desarraigo, de ese viaje a ningún lugar, es capaz de hablarnos de lo profundo, y de todo lo que impulsa al ser humano, el erotismo, la desdicha, la herida, la existencia, la muerte, la belleza, el amor…

Sobre todo el amor, espejos llenos de caricias y besos, porque intuyo que Joaquín ha leído con aprovechamiento la afirmación de Scott Fitzgerald acerca de que toda vida consiste en acercarse y alejarse de una sola frase: te quiero. Intuyo que Joaquín, al igual que Drácula, es capaz de cruzar océanos de tiempo para encontrar a su Elizabeta, aunque al final, como buen vampiro, no se refleje en ningún espejo.

Al final, la conclusión es que tu fuerza se mide por tu deseo. Y que resulta inevitable perder de vez en cuando, el truco es no convertirlo en un hábito. Y que todos los espejos sirven para reflejarnos al lado de unos ojos donde mirarse, un corazón donde sentirse, una memoria donde recordarse: un espejo que busca a otro espejo.

Y como él dice:  brillo, futuro, latencia, aroma.

Y como él dice: monstruo, amigo, maestro, canalla

FERNANDO G. LUCINI (Escritor y Pedagogo)

Conozco a Joaquín Lera desde hace tiempo y siempre le he admirado. He perseguido sus huellas sobre todo a través de sus canciones- las propias, y aquellas otras en las que «hizo música» la palabra de tantos amigos y admirados poetas–. Persecución constante, porque su obra es extensa y variada, en la que en todo momento me sorprendió su capacidad creativa: infatigable y siempre apasionada.

Por otra parte, de Joaquín Lera, siempre me atrajo su humanidad –sensible y sencillamente «buena»–; su pasión por la aventura; y, sobre todo, la forma en que acostumbra y sabe escudriñar la vida, buscando en ella, de forma incansable, nuevos horizontes… Y ahí ha estado desde siempre –o al menos, desde que yo le conozco– «con su brújula vital» en ristre –da igual norte o sur, este u oeste– apuntando a la esperanza… Y es que Joaquín es un ser humano radicalmente positivo.

Pues bien, ahora, en el contexto de toda esa forma de pensar y de sentir que tengo sobre Joaquín, me llega esta Estela inhóspita, que recoge un variado conjunto de sus poemas: sonetos apasionados, haikus, canciones, y otras construcciones poéticas rimadas con el aire y el ritmo limpio de la libertad… puros sentimientos acompasados con latidos y suspiros.

Antes de sumergirme en la lectura de la Estela inhóspita de Joaquín Lera, y sin haberlo previsto, me ha venido a la memoria una convicción rotunda de Agustín Millares –inmenso poeta canario–: «Escribir poesía –afirmaba– es decir el estado ver- dadero del hombre». Yo también lo creo… Y entonces, lleno de curiosidad, me he planteado seguir la «estela inhóspita» de Joaquín Lera con ese objetivo, es decir, a la búsqueda –en los tiempos que corren– del verdadero estado de su humanidad.

Y es curioso, navegando por lo «inhóspito» que profetiza esta «estela» –inhóspitos son realmente los tiempos que hoy por hoy nos tocan vivir–, me he encontrado con un Joaquín Lera que, a pesar de todo, levanta el vuelo y nos ofrece «vaivenes de susurros», «jardines de alegrías», «islas sin dueño», «lluvias de estrellas» y «fábricas de sueños» …

Un Joaquín Lera que reparte caricias, risas, mimos, brisas, cosquillas, puestas de sol, abrazos de luna, ausencias imposibles, y presencias recuperadas de madre, de amigos, de hermanos…

Un Joaquín Lera que nos regala, por ejemplo, «un libro en blanco para que escribamos en él infinitos poemas de amor»… o que nos propone que nos pintemos el alma de colores y que arrojemos las tristezas al mar…

Un Joaquín Lera que reivindica «el derecho a soñar», y que desnuda descaradamente –y como debe ser– su solidaridad, por ejemplo, hacia la India –a la que ama, por la que sufre y a la que decididamente se entrega–…

Un Joaquín Lera que denuncia la injusticia y la miseria –¡qué tierno y qué dolorido su canto a los niños de la calle!– y, ¡cómo no!, que se «caga en la violencia»…

JUAN ANTONIO MURIEL (Autor, compositor y cantante)

A la pregunta: ¿qué es antes, la creatividad o la inquietud?, sería difícil contestar, pero, si además a esta cuestión, le incorporamos un personaje como Joaquín Lera, para esa pregunta, yo no tendría respuesta. En su caso, lo que sí podría decir, es que siempre van en paralelo, como las vías interminables de un tren, que va dejando una canción en cada estación por la que pasa; una historia nueva contada a golpe de guitarra y melodía.

Al cabo de tanto tiempo, no entremos en detalles, sometidos al placer de hacer canciones, y también, por qué no decirlo, a la dictadura de alguna de ellas, antes de que se le pueda llamar canción; al cabo de tantos intentos, algunos con final feliz y otros en que se te escapan de las manos, como el más sibilino de los peces, aún consigue asombrarme. No es raro, sino todo lo contrario, que de vez en cuando me diga: He hecho un «temita» nuevo.

De su capacidad inagotable para contar historias sin tregua, como algo inherente, congénito a su existencia, da buena cuenta este libro, de no sé cuántas páginas. No me imagino a Joaquín, sin su extenso bagaje de melodías y palabras; supongo que la misma inercia vital, que le hace respirar, es la que alimenta esa irrefrenable inquietud para hacer canciones.

Cuando una canción ocupa el vacío que la precede, dura el tiempo que suena, el resto es corazón y memoria. Joaquín es un corazón creativo e incansable, que precisamente por el vértigo al vacío, no concibe la vida, sin contarnos y cantarnos otra canción.

Yo tuve la suerte de participar en alguna y, no sólo pusimos oficio y creatividad, tuvo que ver también la amistad y cómo no: la risa.

Fue y es un placer.

LUIS FARNOX (Autor, compositor y cantante)

Estos días azules y este solo de la infancia

Hay canciones que activan los recuerdos. Las canciones de Joaquín Lera son como la luz de los días de la infancia. Yo sé el secreto de mi entrañable amigo, lleva media vida rebuscando en los bolsillos de los poetas amables y se ha contagiado. Antonio Machado dejó una nota para las generaciones venideras, no era un poema inacabado, fue el primer experimento de creación sucesiva. Joaquín entendió el reto y ha continuado el proceso creativo a partir del verso vivo y último de Machado: «Estos días azules y este sol de la infancia…»  Posiblemente, escribir, crear, componer, es una búsqueda infinitesimal al universo microscópico de las pequeñas sensaciones. Son las pequeñas cosas lo que nos hace felices. Borges declaró que sólo deseaba, a pesar de su gran obra, inmortalizar unas pocas líneas. Tal vez sólo escribimos para establecernos felizmente en un renglón, y así nos vamos alojando, todos, en el gran libro eterno del tiempo. Por eso hay que escribir mucho y bien, como tú lo haces, para elegir finalmente esas pocas palabras que nos salven del olvido, que nos rediman de la muerte.

Espero que, cuando también yo, seleccione las palabras que construyan mi renglón de vida, coincidamos felizmente, querido amigo, en la misma página. Hay canciones que activan los recuerdos, como esos días azules y ese sol de la infancia. Nos vemos por Preciados o la Plaza Mayor, tú bien sabes dónde, en un corro de artistas callejeros.